Levita, cavila, duda; levita, se enfrenta, mira; se enfrenta y retrocede.
Parece más grande de lo que creía, más vacío, más receptivo, ansioso de información, casi extendiendo sus brazos, deseoso de captar... algo.
Y Él, bajo una máscara de aparente tranquilidad, siente como un ligero sudor frío recorre su espalda, surcando las accidentadas cumbres ahora temblorosas. Casi como un escalofrío. La congoja nubla su seguridad, la tiñe mientras un plomizo nudo bloquea su garganta, robándole su costosa respiración. Y teme.
Decide entonces dar un paso al frente, acabar con el blanco universal; plasma su rigidez,tratando de vencer la inminente parálisis que le apresa. Con necesidad, al borde de recurrir a su instinto de supervivencia se lanza al vacío, sintiéndose esporádicamente victorioso... pero contempla su obra y la aborrece.
Deprisa, hay ojos que han visto esa línea deforme. Implacable, la vergüenza comienza a consumirle por dentro. Debe eliminar esa huella. Furioso; observa como se desploma todo, sumergiéndolo en una nebulosa blanquecina, una envolvente de confusión. Y se acelera el tiempo... a extramuros de su consciencia se acelera el tiempo.
Es ahora, las cadenas que le asían se aflojan mientras sus extremidades se enfrentan a una insegura libertad. Se proyecta su interior, se da, se vacía, exhala su último aliento. Inspira y espira disfrutando al ser dueño de sí mismo.
Y entonces el temporizador vuelve a cero y la respiración se ralentiza, recobra y se aferra al atisbo de vida que ve pasar; un tren a alta velocidad y una tenue luz al final del túnel.
Cuando es ese monstruo intrínseco el que ahora le persigue.